Floración temprana

Olimerca.-  Resulta sorprendente que, a pesar de la llegada de nuevas tecnologías en el cultivo del olivar, de las mejoras del riego, del aprovechamiento del agua, todavía uno de los factores que determinan el comportamiento de los precios en origen siga siendo la llegada o no de las lluvias al campo.

Al igual que en los últimos 300 años, el sector del olivar y del aceite de oliva sigue dependiendo, como si fuera una adicción de la que uno no se puede desprender, del agua que cae del cielo y que es capaz de modificar la capacidad de discernir hasta qué punto debería de incidir en los precios en cada momento.

¿Sería posible que nuestro sector pudiera tomar decisiones al margen de si llueve o no llueve, de conservar la calma a la hora de fijar los precios en origen?  Con esto no quiero decir que no sea importante la ausencia de lluvia en el campo, y tampoco quiero relativizar su valor en la producción de aceite de oliva. Pero, si sería muy apropiado que las oscilaciones de precios a lo largo de toda la campaña, tanto si llueve una semana como si deja de llover dos meses, no tuvieran esa vital importancia que le da el conjunto del sector.

La búsqueda de la estabilidad razonable en los precios del aceite de oliva sería ahora más útil que nunca. Gracias al saber hacer del lado de la producción en esta campaña se han recuperado unos niveles de precios acordes con la calidad que se produce y sobre todo con los costes de elaboración. 

Quedan seis meses para que se generalice la elaboración del nuevo aceite de oliva y sería muy apropiado que el sector mantenga la cabeza fría para no volver a provocar tensión en los precios hacia arriba, ni depresiones con precios a la baja. Y sobre todo que dejemos de sugestionarnos de manera tan alarmante si llueve o no llueve.