Olivo de la variedad Brava. Foto: Juan Vilar.

Olimerca.- La tradición olivarera en Galicia se inició con la expansión del Imperio Romano en la Península Ibérica, siendo Vigo la ciudad done mayores plantaciones se hicieron. Con el paso del tiempo, estos olivos consiguieron adaptarse a la climatología y a la alta humedad de la región gallega, tornando a una variedad, completamente distinta y autóctona que se denominó Brava, por su tenacidad, resistencia, menor porte y escasa vecería. Así lo refleja esta semana Juan Vilar en su boletín.

Recuerda que el olivo autóctono gallego es diferente al de otras latitudes, y debido a las características de la zona se ha adaptado a convivir con exceso de agua, es más pequeño, de tronco menos grueso y de pequeño fruto, con un rendimiento medio del 16%, dependiendo de la época de lluvias, el modo de cultivo o el momento de recolección.

Y fue en la época de los Reyes Católicos, cuando los campos de olivos gallegos fueron devastados por los altos impuestos que se exigían. Se talaron la mayoría de ellos, con excepción de los que se encontraban en las zonas menos accesibles y aquéllos ubicados en las proximidades de los templos porque a la Iglesia se la exoneró del pago del impuesto, que consiguieron sobrevivir.

A día de hoy, se conservan olivos de la variedad Brava del año 1700 y recientemente se ha puesto en marcha un proyecto de investigación para la recuperación de esta variedad autóctona de Galicia (junto con la Mansa), liderado por el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) (Ver noticia aquí).