La Ley de la cadena alimentaria, desde su entrada en vigor en 2014, no ha servido para que los agricultores y ganaderos mejoremos nuestra posición negociadora, ni para evitar que la brecha que separa los precios que percibimos y los que paga el consumidor sea cada vez más grande.

En estos días, los diputados de la Comisión de Agricultura del Congreso se afanan en ver qué mejoras son capaces de pactar para regular la Cadena Alimentaria y remediar la tremenda frustración que vive el campo ante una realidad que se niega tozudamente a respetar la Ley y los costes de producción.

El partido se jugará en dos tiempos. El primero ahora, con las enmiendas en trámite de urgencia al Real Decreto-Ley de marzo. El segundo, a partir de octubre, cuando el Gobierno meta en Cortes su proyecto de Ley para transponer la Directiva Europea de Prácticas Comerciales Desleales. En esta primera parte, el Gobierno juega a que ni la oposición (ni sus compañeros de legislatura) le metan goles y fiarlo todo a un proceso parlamentario posterior, ordinario y más lento, que le dará oxígeno hasta mayo del año que viene para poder seguir diciendo que lo bueno-bueno, está por llegar.

Contratos que no deberíamos firmar, pero que no podemos rechazar y que, al aceptar, nos apretamos un lazo corredizo admitiendo por escrito que el precio a pagar está por encima de nuestros costes, aunque no es cierto

Para Unión de Uniones lo ideal hubiera sido reformar lo mejorable ahora (y se podía hacer) porque tener cuanto antes una buena norma para la Cadena Alimentaria es fundamental para que agricultores y ganaderos tengamos una remuneración justa en nuestros precios.

Lo que desde luego nos sobra son entidades, que dicen representar a los productores, haciendo apología de que es malo cumplir la ley, o de que como la ley no se cumple, mejor que se quite. En estas últimos semanas y meses, hemos observado (yo con bastante perplejidad) cómo se defendían, desde cooperativas u organizaciones agrarias, en comandita con la industria, libertades que el campo nunca ha pedido: la libertad de vender por debajo del coste de producción y la libertad de cobrar más tarde. ¿No parece surrealista? ¡Se defiende el derecho a la precariedad!

Es cierto que claro que, según las circunstancias, puede que nos veamos obligados a vender perdiendo dinero (más veces de las deseables) o que no nos haya quedado en ocasiones más remedio que tragar con los retrasos en el pago (aunque, en esto la AICA, sí que está vigilante y sancionando y esperamos que siga). Pero elevar eso, que es una calamidad para la economía de nuestras casas, al nivel de estrategia comercial “para ser competitivos”, por ejemplo en el sector de frutas y hortalizas o en el del aceite de oliva, solo puede salir de alguien que no vive ni de lo que cultiva, ni de lo que produce en su explotación.

Hacen falta muchas más cosas además de la Ley. Porque la correspondencia de los precios a los costes ya es ley y, sin embargo, desde que se publicó el 26 de marzo ha venido pasando y suspendiendo examen tras examen. . Contratos que no deberíamos firmar, pero que no podemos rechazar y que, al aceptar, nos apretamos un lazo corredizo admitiendo por escrito que el precio a pagar está por encima de nuestros costes, aunque no es cierto.

La política comercial europea tiene que ayudar, y mucho, no metiendo en nuestros mercados productos en competencia desleal. Son necesarios compromisos sectoriales, complicidad, para no arruinar las inversiones de los sectores productivos con importaciones agresivas y para suscribir contratos de suministro a largo plazo.