El sector olivarero vive un momento clave. Tenemos producto, tenemos historia, tenemos conocimiento. Pero si seguimos produciendo y comercializando como hace 50 años, no llegaremos a ningún sitio nuevo.

Este es el primero de una serie de artículos con los que queremos proponer un plan de acción para transformar el modelo actual y apostar por un aceite singular capaz de competir en los mercados más exigentes.

De la cantidad a la calidad: un cambio imprescindible
Durante décadas se ha trabajado pensando en el rendimiento graso por encima de todo. Hoy, ese enfoque ya no sirve. Apostar por la calidad exige recolectar en el punto óptimo de maduración, cuidar el fruto, el proceso de extracción y cada paso hasta el embotellado. La calidad no es una palabra, es una estrategia.

Producir con estrategia, no con esperanza
Muchos cosecheros aún no saben a quién van a vender ni a qué precio cuando recogen la aceituna. Se trabaja para llenar la tolva, no para satisfacer a un cliente. Eso tiene que cambiar. Hay que pensar en el mercado desde el primer día de campaña.

Identificar el mercado adecuado
No todos los mercados son iguales ni todos los aceites sirven para todos los públicos. Es clave investigar, segmentar y decidir dónde puede posicionarse un aceite singular: restauración de alto nivel, exportación, tiendas gourmet, venta directa... Cada opción requiere un enfoque propio.

Conocer al cliente objetivo
No hablamos del consumidor habitual que compra por precio. Hablamos de un perfil que busca origen, autenticidad, sostenibilidad, diseño, trazabilidad. Es un cliente exigente, informado, que no solo compra aceite, compra historia, paisaje y valores.

Crear una marca, no solo un producto
En el siglo XXI no basta con tener buen aceite. Hay que construir un relato, desarrollar una identidad visual, conectar con el consumidor en internet, en redes sociales, en tienda. La marca es parte del producto, y muchas veces, la parte que más valor aporta.